"La vida es una cosa Tan llena de salud maravillosa Es un regalo de placer tan fiero Es un juego tan útil, tan demente Que ya he vuelto a creer absurdamente Porque dijiste nada más: te quiero."

Carrilda Oliver Labra

"Contigo todo tiene nombre"

Félix Grande

"Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo"

Alejandra Pizarnik



domingo, 11 de abril de 2010

Lo sé, pero pídeme otro que tengo hambre.


Después de un día duro, denso, que no parecía acabar, llego a casa y un pensamiento se hace violentamente corpóreo. Cuándo empezó este día soleado, abrilíneo, de perspectivas lúdicas inmejorables a convertirse en una pesadilla freudiana de un retorcido tal que el propio Maquiavelo hubiese recogido sus enagüillas y salido a escape gritando como una monja primeriza. Sí, digamos que es una pregunta que viene con cierta frecuencia a esa parte blandita del cerebro que nos diferencia de los simios avanzados. Cosas de la consciencia. Porque no diré que un mono, que se encuentra mordisqueando una sabrosa rama encima de su árbol preferido y que acto seguido se ve envuelto en una carrera por su vida ante una pantera negra, se plantea con fastidio como sus perspectivas de ocio se van a la porra. Desde luego la situación provoca estrés al mono, pero de ahí a decir que reflexiona sobre el "que buen día podría haber sido" hay un gran trecho evolutivo. Digamos que el homo sapiens maquinus sí que se para a pensárselo, a ver si la próxima vez encuentra una forma de preparase con antelación y esto le permite pasar la velada soñada sin más percances. No creo que esto lleve a ninguna parte, más allá del efecto placebo que produce lanzar un par de avemarías al vuelo. Sin embargo yo sí que le he echado un rato de reflexión hoy, no para evitarlo mañana, para prepararme, blindarme ante los problemas que vengan, sino por el sencillo placer de verle la cara a estos días que pudiendo ser estupendos acaban siendo una porquería.


Espero que no estés salivando (Pavlov ya puedes irte a la cama) por la gran revelación. No la tuve, de hecho no he llegado a ninguna conclusión y es posible que lo que escriba a partir de ahora no tenga nada que ver con lo anterior. Entonces, volviendo al principio, a lo que realmente me ha venido hoy a la cabeza con fuerza: las adicciones. La palabra de por sí ya es bastante agresiva, con esas cés amenazantes escoltadas por dos íes puntiagudas. Lo que realmente hace que me retiemblen los párpados es haberme dado cuenta de que soy adicto prácticamente a todo lo que me rodea. Voy surfeando de una adicción a otra con un virtuosismo que espanta. Aunque me parece que estoy cayendo en perogrulladas, casi puedo escuchar un "Bah, tanto para nada, eso ya lo sabía". Es verdad que en la sociedad actual entre el ordenador, el móvil, las grasas saturadas, las mini dosis de información de periódicos, blogs, telediarios, el cine basura estadounidense y los abdominales marcados; estamos bastante copados. Alguna parte de mi cuerpo me grita salvajemente cosas como: ¡Vete al campo! ¡Hoy no hagas nada! ¡Vota a IU! (No esta última creo que es sugestión). El porqué no hago caso es algo que va más allá de mi propia vagancia. No es que realmente no quiera irme al campo y dormir a la fresca encima de un montón de heno mientras chupeteo unas ramas (¡y aquí enlazo con lo del mono!) es que soy adicto a tantas cosas en mi vida diaría que la sangre me corre más despacio con solo pensar en salir a la calle sin el móvil. Si ya me planteo cosas como coger ese mismo aparatito violador de la intimidad y tirarlo por el retrete, mi corazón directamente amenaza con parada. Sé que esto no es así, pero algo hay y si no lo hubiera más de uno ya lo habría hecho. Y seguro que alguno habrá que lo hace, pero menos de los que dicen que querrían. Después de este lío de frase vuelvo al tema. Adicciones. Sí, haberlas haylas, grandes y con pelos, pero unas más grandes que otras. Con lo siguiente concluyo el tema.

Ayer tuve función en el teatro. Me gusta salir a actuar, disfrutar de la luz única que sólo existe detrás de un telón cerrado mientras el público se acomoda en sus asientos, tú ahí atisbando el decorado en penumbra, cementerio de cartón piedra que en unos segundos tienes que convertir, o al menos intentarlo, en un palacio, un bosque o una habitación. Salgo, actúo, tensión, disfrute, momento a momento presente, los sentidos erizados, los pelos de punta, los aplausos, incluso algún bravo que se derrama sin querer de unos labios dibujados con entusiasmo. No hay más, he ahí la explicación de mi nefasto día, "elemental querido Watson", por más que Sherlock nunca dijera esa frase.

Ayer me tomé mi dosis de escena, de teatro y hoy... Hoy tengo el mono.

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